Nada más sugestivo que el agua: metáfora, imagen y símbolo del devenir y de lo vital. Desde Heráclito —y su maestro, para quien el agua era el origen de todas las cosas—, este elemento constituye en algún grado todo lo que se ve y toca, se oye, huele y degusta. Alicia del Águila, en su ópera prima, Los planos de la casa de agua, incide en estos aspectos filosóficos y biológicos, pero también hurga en otros pliegues y pliegos de igual trascendencia.